Mi llegada a la meseta fue casi azarosa. Todavía recuerdo la charla rápida a la salida de un subte donde un amigo vinculado al proyecto, me dijo: te venís a la meseta. Y allá fui, a ver qué onda.
En un momento de cambios en mi vida nunca me hubiera imaginado que ese viaje iba a ser el punto de inflexión que estaba buscando "la meseta te cambia la vida" ¡y cómo!
Así fue que llegué al proyecto.
Los primeros años trabajé como voluntaria, lo que me permitió participar en gran parte de las actividades y compenetrarme con el espíritu tobianero.
El día que conocí al macá tobiano, después de una larga travesía en camioneta, por huellas complicadas que ponen a prueba hasta el temple de los más pacientes, y una caminata intensa de casi 16 km, llegamos a una laguna en el medio de la nada misma: o del todo mismo, (como a los tobianeros nos gusta definirlo). Ahí fue donde este mismo amigo me dijo: ¨¡nena, conociste al macá tobiano!¨, y así fue nomás. Los macaes estaban ahí, resistiendo a todas las amenazas, aun así permanecían con nosotros.
Dos cosas que destaco de ese momento único en mi vida son la emoción de mi compañero al poder compartir conmigo esa experiencia y presentarme al tobiano -costumbre que intento mantener cada vez que acompaño a alguien a verlo por primera vez- y el sonido único de estos bichitos, que me sigue emocionando cada vez que llego a una laguna y me indica que arribe a destino: que estoy con ellos una vez más.
Mi primer temporada terminó acampando en compañía de dos guardianes de colonia que, con sus charlas y consejos, fueron claves para decidir que mi camino, mi vida y carrera iban a estar enfocadas a la conservación.
Me gusta decir que mi vuelta a la meseta es gracias o por culpa de ellos. Esta ambigüedad surge de que no siempre es fácil trabajar en un lugar donde a veces hace frío, hay viento, la familia está lejos, las pequeñas comodidades urbanas también pero que a la vez me llena el alma a cada instante; con sus paisajes, sus amaneceres, su gente y su inmensidad. No hay manera sencilla de describir el porqué de mi conexión tan fuerte con ese lugar, creo que un buen resumen y en criollo sería: la meseta me partió la cabeza… fuera de todo entendimiento racional, la explicación es 100 % sentimental.
Luego de unos años llegó un nuevo desafío: coordinar el programa de recría. Fue una mezcla de emoción, miedos y expectativas los que me dieron la motivación inicial y me siguen empujando día a día, temporada tras temporada. Intento dejar todo en la cancha para lograr nuestro objetivo: ayudar a la conservación del macá tobiano. En resumen, la meseta sin dudas me cambió la vida a nivel profesional y sobretodo a nivel personal, sus lugares, sus enseñanzas (porque la naturaleza también enseña tácitamente, sólo hay que saber escucharla) y con su gente. Esos locos lindos que me demostraron que la familia no siempre tiene que ser de sangre. Es por esto que vuelvo campaña tras campaña, a esa vida, mi otra vida…
Mi vida mesetera.
Sobre Gabriela Gabarain
Gabriela empezó como voluntaria en Aves Argentinas a los 12 años. Es Veterinaria, egresada de la UBA. Forma parte del staff de Aves Argentinas, se encuentra trabajando como asistente en el área de conservación y actualmente es la Coordinadora del Programa de recría del Proyecto Macá Tobiano.