Amado por los pueblos originarios, empezó a tener mala fama con la llegada de los españoles y sus propias creencias.
Los caranchos son los responsables del origen de las estrellas. En rigor de verdad, no todos los caranchos, sino, más bien, uno en particular: Cacaré. En el comienzo de los tiempos, cuando todo era oscuridad, Cacaré, que era un ave que generaba desprecio porque comía animales muertos, robó unas brasas de una anciana, la única persona que tenía una fogata. Con los tizones en el pico, Cacaré escapó sin notar que las cenizas se iban dispersando mientras volaba.
Cuando, finalmente, se detuvo a descansar, se dio cuenta de que las brasas que antes habían estado en su pico ahora estaban en la tierra: los pobladores habían ido juntando las chispas del suelo y con ellas habían podido encender el fuego para calentarse y para cocinar. Las brasas también habían tachonado el cielo, formando la Vía Láctea, el camino de estrellas que siempre ha guiado a los hombres.
La leyenda -que integra el imaginario de los mocovíes, uno de los pueblos originarios que habitaban el norte y el litoral de nuestro país- habla a las claras que los caranchos están en el continente americano desde tiempos ancestrales, mucho antes de la llegada de los españoles.
Con el paso del tiempo, la mirada hacia estas aves, autóctonas, inteligentes y versátiles, fue cambiando: conforme avanzaba la civilización y crecían las ciudades, los caranchos dejaron de ser los protagonistas épicos de leyendas para acaparar una mirada negativa, que aún llega hasta nuestros días.
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